Película de la Semana: «Hans Staden»

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Como era sabroso mi alemán

 

Es un hecho curioso que la mayoría de los niños odia estudiar la historia de su pays mientras se encanta con la historia mundial. Tal vez sea porque se enterar sobre el antiguo Egipto o el Imperio Romano es más interesante que saber quien fueran los presidentes o cuando se pasó la independencia. Tal vez si hubiera más películas como «Hans Staden», las cosas serían diferentes.

No sé la razón de la distorsión, pero solo conoci uno de los documentos más importantes de la historia colonial de Brasil hace unos años: la historia del alemán Hans Staden sobre su estadia en Brasil, cuando fue hecho prisionero por los indios Tupinambás. Tan importante como la carta de Caminha, la narrativa de Staden se diferencia por ser una collectanea de hechos y costumbres, describiendo la cultura indígena con una gran riqueza de detalles que no se encuentra en otras fuentes. A menos que Monteiro Lobato, quien hizo un recuento del libro de Staden, la saga del alemán fue magistralmente ignorada por las luminarias de nuestra historiografía.

Hans Staden embarcó como artillero en barcos españoles, habiendo venido dos veces a Brasil. La primera vez fue en Pernambuco, y en la segunda se embarcó en Sevilla en la expedición de Diego Sanabria, nombrado nuevo gobernador del Paraguay. La expedición se dividió en dos secciones, y Hans Staden vino en la primera. Era una flota compuesta de tres naves, llevando a 200 personas bajo el mando de Juan Salazar y Espinoza, que aportó en el sur de Santa Catarina el 25 de noviembre, 1549.

Las tres naves naufragaron y los sobrevivientes de la expedición destrozada se dividieron, una parte yendo por tierra para Paraguay y otros, incluyendo Staden, a Sao Vicente. Allí Staden sirvió como instructor de artillería para los portugueses. Cuando estaba a punto de regresar a Europa, Staden fue capturado por los indios tupinanbás, que eran aliados de los franceses. Incluso afirmando que no era portugués, Staden fue llevado al pueblo de Koniambebe, donde comenzó una estadía que duraría nueve meses, siempre a punto de ser devorado.

Más que una costumbre bárbara, el canibalismo pertenecía a la cultura de muchos pueblos indígenas de nuestro continente. Al igual que en muchas tribus africanas y aborígenes, existía la creencia de que al comer el enemigo, parte de sus cualidades pasarían al devorador. Tanto es así que los candidatos a la barbacoa eran prisioneros de guerra que pasaban mucho tiempo viviendo con sus captores. Era común que los presos tuvieron una esposa y participaron en todas las actividades y eventos sociales de la tribu, culminando en una fiesta donde el homenajeado era también el plato principal.

Gracias a todo tipo de maniobra que podía hacer, el alemán logró postergar durante nueve meses su muerte para alcanzar la libertad a través del comandante de un barco francés. Después de regresar a Europa, escribió su experiencia en el libro «Hans Staden: La verdadera historia de su cautiverio», que se convirtió en un éxito de ventas cuando se publicó en 1557. Numerosas ediciones se hicieron en alemán, latín y francés. El libro se compone de dos partes, la primera dedicada a la narrativa de los dos naufragios y el segundo al cautiverio con los tupinambás.

En la segunda parte, Staden hace una descripción etnográfica preciosa de la gente tupinambá, incluyendo la familia y las costumbres sociales, políticas, religión y, como debe ser, de canibalismo. Este estudio fue de gran importancia porque la cultura Tupinamba dominaba todo el sudeste de Brasil y su idioma, llamado «general», fue ampliamente utilizado por los colonizadores europeos.

La primera incursión de la historia de Staden en el cine fue a través de la película «Qué sabroso era mi amigo francés», genial película de Nelson Pereira dos Santos, producida en 1970. La historia fue contada con algunas diferencias, tanto la nacionalidad del personaje principal, sino también en el clímax, literalmente antropofágico. Tal vez simbolizando la esperanza de que nuestra cultura podría superar a de los colonizadores.

En esta versión de 1999, el guión fue fiel al texto original, tanto en los hechos como en la recreación de época. La película fue echa en Ubatuba, en una región deshabitada, con la construcción de un pintoresco pueblo con todos los detalles posibles. El reparto está afinadíssimo, especialmente en las escenas de actividades de grupo, tales como bailados, rituales y escenas de guerra. El elenco pasó meses estudiando la lengua tupí con la ayuda de un lingüista, y se enfrentó a dificultades adicionales, como la desnudez casi permanente durante el rodaje.

Los diálogos son casi todos en tupí, con algunas palabras en portugués y francés, y la apertura y cierre son narrados en primera persona en alemán. Esta ensalada lingüística, al contrario de lo que podría parecer, ofrece una atmósfera realista que sólo se rompe por la intrusión innecesaria de Claudia Liz como Marabá, y Sergio Mamberti como un comerciante judío-francés.

La película tiene todo en la medida correcta: dirección segura de Luis Alberto Pereira, actores perfectamente integrados, interesante banda sonora de Marlui Miranda y Lelo Nazario, con muchos sonidos indígenas y sobre todo una historia creíble, adaptada en un guión muy bien trabajado. «Hans Staden» fue galardonada en los festivales de Brasilia, Gran Premio BR del Cine Brasileño, Festival del Cine Brasileño de Miami, Festival Luso Brasileiro y Festival de Cine de Recife.

La edición de DVD no fue una maravilla, pero es el estándar de la época: formato de pantalla Full Screen, sonido 2.0 y subtítulos en Español, Francés, Inglés y Portugués. Como extras, notas sobre Hans Staden y la producción, trailer, un documental de la TV Cultura sobre la película, la banda sonora aislada y algunas otras curiosidades.

«Hans Staden» es un cuadro seco y preciso de la historia colonial, sin juicios, emociones o aventuras espectaculares. Es una visión ilustrada y pintoresca de la historia colonial brasileña, donde los indios todavía tenían fuerza y poder, poco afectados por la codicia y los vicios del hombre blanco. Aunque merecía una mejor edición, pero aún así, vale la pena echarle un vistazo.

Título original: «Hans Staden»

 

 

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