Alien – El octavo pasajero
Polizón peligroso
Al ver una película de ciencia ficción reciente, algo me molestó. Era una producción cara, con un reparto estelar y grandes efectos especiales, pero con un guión débil e inconcluso. Entonces me di cuenta de lo que me molestaba, la película era una mala copia de «Alien – El octavo pasajero» («Alien», EE. UU., 1979). Esta película, estrenada hace más de cuatro décadas, se ha convertido en un referente del cine, tanto en el género de ciencia ficción como en suspenso / terror.
¿Qué tiene esta película más que tantas otras, una modesta producción de once millones de dólares, que aun actualizándose a los valores actuales, no pagarían los honorarios de los protagonistas, y mucho menos los efectos especiales? Además, la industria ya había realizado numerosas películas con extraterrestres, naves espaciales, etc., por lo que nada parecía ser nuevo.
La historia de la película es una sencillez absurda. Al regresar a la Tierra, la gigantesca astronave Nostromo, llena de minerales, tiene su trayectoria interrumpida debido a una misteriosa llamada proveniente de un pequeño planeta. La tripulación, formada por siete miembros en hibernación artificial, se despierta para investigar esta extraña señal.
El comandante Dallas (Tom Skerritt), la navegante Lambert (Veronica Cartwright) y el científico Kane (John Hurt) van a una astronave abandonada, de donde provenía la señal. Allí, Kane es atacado por un ser extraño, que se pega a su rostro.
De vuelta a la Nostromo, a pesar de las protestas de la oficial Ripley (Sigourney Weaver), Kane es llevado a bordo, con el ser pegado a él. De repente, el ser muere y Kane vuelve a la normalidad, luciendo como si todo hubiera pasado. Pero, una linda mascota nueva literalmente explota el pecho de Kane y desaparece en la inmensa astronave.
Lo que parecía ser un animal pequeño pronto demuestra ser una criatura perfecta, prácticamente indestructible, con ácido orgánico en lugar de sangre y con la capacidad de soportar las peores condiciones de supervivencia. Y, desafortunadamente para la tripulación de Nostromo, resultó ser extremadamente hostil y peligrosa. Entonces, comienza un juego del gato y el ratón para garantizar la supervivencia de los humanos, lo que aún tiene la desventaja de que la empresa considera al extraterrestre más interesante que la propia tripulación.
Como dije anteriormente, antes de “Alien – El octavo pasajero”, el cine ya había experimentado muchas películas de ciencia ficción. La realización de la película en sí se vio facilitada por el éxito de «La guerra de las galaxias» («Star Wars», EE.UU., 1977), que había llevado a millones de personas a los cines dos años antes.
Pero, “Alien – El octavo pasajero” resultó de la suma de varios factores: un guión inteligente escrito por Dan O’Bannon y Ronald Shusett; una creación de arte sin precedentes a partir de la imaginación delirante del pintor suizo H. R. Giger, que con su libro Necrominum puede ser considerado el padre de todos los “aliens”; el uso de grandes actores, todos desconocidos en el cine pero con gran experiencia teatral; y la dirección de Ridley Scott, quien hasta aquelle momento había realizado una sola película, «Los duelistas» («The Duelists», EE.UU., 1977).
A pesar de no tener el rigor científico de Kubrick en “2001: Odisea del espacio” (“2001: A Space Odissey”, EE.UU., 1968), ni libertades rocosas de George Lucas en “La guerra de las galaxias”, en “Alien – El octavo pasajero” el entorno futurista solo crea el escenario necesario para lo que realmente importa, la historia en sí. Cabe señalar, sin embargo, que a excepción de los hoy ridículos terminales de computadora, la ambientación de la película es exquisita y aún actual, tanto que mereció un Oscar por Efectos Especiales – sin el uso de gráficos por computadora – y una nominación a Mejor Dirección de Arte.
Pero, lo mejor de esta película, sin duda, es la atmósfera hitchcockiana, de puro suspenso, claustrofóbico y envolvente, que brinda momentos de sorpresa incluso para este cronista, que la había visto en innumerables ocasiones. Otro aspecto muy interesante es cómo se retratan los personajes femeninos, sin distinción de los hombres, una visón muy diferente a las frágiles doncellas que necesitaban ser salvadas por los heroes.
La película en sí merece ser asistida nuevamente, pero si el espectador tiene la oportunidad, busque la edición especial. En ésta, además de la versión del cine, hay la versión del director, editada por Ridley Scott, y un extenso documental de tres horas. Se pueden seguir todos los pasos de la realización de la película, desde que era el borrador de un guión, hasta los estrenos en los cines, lo que provocó un tremendo impacto en las audiencias.
En el documental se puede saber, por ejemplo, que todos los decorados fueron construidos con trozos de restos de aviones militares comprados en un depósito de chatarra, que en algunas escenas se utilizaron niños (los propios hijos del director) para aumentar el sentimiento de grandiosidad del paisaje, y que buena parte de las apariciones del extraterrestre fueron construidas con entrañas de vaca, ostras y otros productos de una carnicería.
Es interesante comparar el derroche de dinero de los efectos gráficos de las películas actuales con una producción más antigua como esta, para ver que a veces es más importante tener imaginación y creatividad para lidiar con pocos recursos, que simplemente mostrar millones de efectos especiales en la pantalla.
Se habló muchas tonterías filosóficas sobre «Alien – El octavo pasajero», sugiriendo que era una alegoría de la infiltración comunista en Occidente, o la burocracia que estaba matando personas y empresas. El hecho es que fue una película innovadora, que unió los géneros de la ciencia ficción y suspenso. Del éxito de esta película surgieron otras tres protagonizadas por Sigourney Weaver: «Aliens, el regreso» («Aliens», EE. UU., 1986), «Alien 3» («Alien³», EE. UU., 1992) y «Alien: La resurrección» ( “Alien: Resurrection”, EE. UU., 1997), dos con Predator, otro icónico alienígena, y dos más recientes, “Prometheus” (EE. UU., 2012) y “Alien: Covenant” (EE. UU., 2017).